martes, 20 de marzo de 2012

LA FILOSOFIA DE LA CALLE

JOSE FUENTES MARES

PANCHO FLORES UNGA



José Fuentes Mares en su documento filosófico en donde renuncia al cargo de Rector de la Universidad Autónoma de Chihuahua, el día l 17 de noviembre de 1958.



Documento publicado en el Periódico, Tercera Edad,
del día 16 al 31 de mayo del 2010, edición 234,
en la ciudad de Chihuahua, Chih., pp 10 y 11,
bajo la Dirección de Andrés Páez Chavira.

“QUE LA UNIVERSIDAD INFORME Y MODELE AL PUEBLO”: JOSÉ FUENTES MARES

“Este país ha padecido tanto porque la libertad se nos vuelve demagogia y la responsabilidad en burocratismo. Algún día la Universidad será fuerte, libre y responsable”
Aquel 17 de noviembre de 1958 del rector de la Universidad Autónoma de Chihuahua José Fuentes Mares presentó su renuncia a ese cargo y produjo ante el Consejo Universitario una arenga, muy conceptuosa que reproducimos integra en esta edición.

Ciudadano Gobernador del Estado honorable Consejo Universitario.

La agresión sobre la Universidad, que toma como bandera el que yo me encuentre al frente de la Rectoría, fuerza una resolución de mi parte, ahora que hace crisis un problema que la voluntad del rector, y aun la de esta honorable representación universitaria, no podrían resolver de acuerdo con los principios legales que rigen nuestra casa de estudios.

La agresión se encuentra fuera de la ley, y el Consejo Universitario carece de los órganos indispensables para hacer que le ley se cumpla. El Consejo Universitario, la máxima representación de nuestra casa de estudios, formado por directores, maestros y estudiantes de la misma, lleno de facultades y poderes de actuar en un medio en el que privara el cumplimiento de la ley, es absolutamente impotente cuando la ley se pisotea impunemente, y la universidad es un puro juguete de chiquillos, y un estorbo para quienes debieran respetarla.

Los problemas universitarios competerían exclusivamente al Consejo Universitario si viviésemos en un compacto régimen de derecho. Pero el régimen de derecho se encuentra roto en el caso de la Universidad, sobre todo cuando grupos extra-universitarios presentan reclamaciones, y amenazan con represalias en el caso de que no se les atienda. En la misma Sala del Consejo se nos ha dicho que los edificios universitarios serán bloqueados en el caso de que yo permanezca en la Rectoría. Suponer que el Consejo Universitario dispone de las armas necesarias para luchar en este terreno, sería falsear sus funciones y su decoro. El consejo dispone sólo de la ley, pero no de la fuerza para hacerla respetar. Esa fuerza radica en las facultades de otras autoridades, o sea de los que debieran velar porque el Consejo Universitario funcionara sin la coacción y la amenaza. El orden jurídico es uno solo, y el particular orden jurídico universitario solo forma parte del orden jurídico general, de modo que si ese orden jurídico general se rompe, el universitario seguirá la misma suerte. Si por debilidad se tiende a vivir al margen de la ley, el Consejo nada puede hacer dentro de la Ley. Dentro de la ley, el Consejo nada puede hacer dentro de la Ley. Dentro de la ley pidió que los cargos en mi contra fueran presentados de acuerdo con las normas establecidas, y la respuesta fue exigir mi renuncia, y amenazar con el bloqueo para el día de ayer, domingo, que solo fue pospuesto al empeñar mi palabra en el sentido de que hoy daría al asunto resolución definitiva.

Ninguno de los cargos que se me hacen cuenta con el menor respaldo legal o universitario. Si he escrito libros que a muchos no han gustado, lo he hecho en uso de los derechos que la Constitución de la República me concede. Decir, como ahora afirman mis opositores, que tengo el derecho de escribir libremente cuanto quiere, pero no el de ser Rector de la Universidad, es tan absurdo como imponer de antemano una sanción a quienes ejercitan derechos constitucionales en forma que no satisfaga los intereses de algún grupo. Tenemos la certidumbre de que si el ejercicio de una garantía trae apareja- da una sanción, la garantía constitución desaparece, pues ¿qué valor tiene vivir en un régimen constitucional cuando el ejercicio de que la misma Constitución confiere da lugar a represalias? O vale la Constitución, o vale la represalia. La represalia está fuera de la ley. Los que por motivos ideológicos reclaman mi destitución, están fuera de la ley. Violan la Constitución, amenazan el orden púbico con el bloque decretado contra la Universidad, y se convierten en tribunal que a la vez demanda, juzga y ejecuta. Cuando las garantías constitucionales quedan a su arbitrio, cuando amenazan con ajusticiar a la Universidad con sus propias manos, sin que los depositarios de la ley y del orden público muevan un solo dedo en defensa de la Universidad agredida, se impone mi renuncia como solución inevitable.

No tendremos futuro mientras querellas que se ventilaron hace cien años se tomen como banderas actuales. La falta de responsabilidad histórica se acusa en conflictos en que la lucha por el pasado absorbe las reservas que debieran invertirse en la lucha por el futuro. Se nos acusa de conservadurismo, porfirismo o colonialismo, cuando no debiera haber un solo mexicano que pensara en todo aquello, salvo como antecedentes de los que pudieran extraer alguna cosa buena para labrar un futuro mejor.

Como si viviésemos en un museo, rodeados de cosas muertas, cuando los museos sirven solo para gastar en ellos algunas horas y salir después a la calle, donde se encuentra la vida presente y la incógnita del porvenir.

Amamos el futuro, pero el pasado no nos deja estar. Los racistas norteamericanos, al segregar de sus escuelas a los hombres negros, quieren tocar en victoria la derrota que sufrieron en la guerra hace cien años. A nuestros llamados liberales ocurre lo contrario; el liberalismo mexicano ganó una gran batalla hace cien años, que ahora pervierten y convierten en derrota sus causahabientes.

Señores llamados liberales, ahora sois vosotros los vencedores de aquel González Ortega que derrotó a Miramón en Calpulalpan, el 22 de diciembre de 1860. Vencéis por un momento a quienes ganaron la Guerra de Reforma, porque con ella se ganó también el artículo séptimo de la constitución de 1857, que se conserva en la Constitución actual. Vosotros reconocisteis aquí, en la sala del Consejo, que yo puedo escribir y pensar con libertad, pero agregasteis que no puedo ser rector precisamente por haber pensado y escrito con libertad. Al negarme ese derecho imponéis la sanción, una sanción que la ley no impone a quien ha obrado dentro de la ley. Haría la Constitución de lo fundamental. Señores liberales habéis vengado a los conservadores que perdieron la batalla del siglo XIX.

Señor gobernador, señores consejeros: nada me duele más que la suerte de la Universidad, que no ha podido ser porque no la dejan. Hemos alentado la gran ilusión de una universidad donde los estudiantes se dedicaran a estudiar, los maestros a enseñar, y las autoridades universitarias a la resolución de problemas técnicos. Hemos soñado también con un sistema jurídico-político dentro del cual los sindicatos viviesen atentos a los diversos problemas del trabajador asalariado, los normalistas a su mejor enseñanza de la niñez, los masones al servicio fraternal asignado por sus fundadores, y las autoridades al mantenimiento de la ley y del orden público. Pero no. Se nos amenaza con el bloqueo, y los estudiantes, que debieran estudiar; se proponen romperlo, en tanto que las autoridades, que debieran evitarlo, permanecen silenciosas. Se me designa rector conforme a la ley, y la misma autoridad que me nombró, y me ofreció su apoyo, me sugiere la renuncia.

¿Hay alguna razón para ello? Por supuesto que sí: la presión, mera de la ley, de organizaciones extra-universitarias. Es una pena que México pierda en el siglo XX las batallas que ganó en el XIX. Y las pierde en todos los órdenes; en el intelectual, en el político, en el institucional, en el orden más estrictamente humano. Escribió certeramente Antonio Caso que en el sigo XIX mexicano lasta los mediocres parecían gigantes. Pero hoy, ¿qué somos hoy? Pobretes entregados a pasiones personales, intelectuales covachuelistas, burócratas empeñados en asfixiarlo todo. Se pierden los valores supremos como normas de la conducta; la servidumbre de la inteligencia ocupa el lugar de la libertad, y prosperan los espíritus blandengues. No en vano vernos cómo se ocupan con encarnizamiento de un hombre que tuvo la osadía de creer en la libertad.

A los jóvenes estudiantes que me respaldaron generosa y bravamente, les recuerdo lo que la universidad debe ser, para que la persigan como una ilusión imposible por ahora. La universidad es el punto donde el pueblo enlaza con las inquietudes espirituales de su tiempo. De aquí en el orden intelectual sea la universidad la que debe informar y modelar al pueblo, y no el pueblo el que debe informar y modelar a la universidad. Que el pueblo paga la universidad para que le sirva de estímulo, y no para que lo rebaje y lo pervierta con su ejemplo.. Que el pueblo lo paga para que del a universidad salgan los hombres que puedan salvarlo algún día. Les recuerdo también que la universidad no puede llenar sus alto fines, y sobre todo el altísimo que acabo de señalar, si no constituye una comunidad de hombres responsables y libres, porque no existe fruto de la inteligencia que se conquiste sin responsabilidad y libertado. La libertad irresponsable rinde frutos podridos. Y también los produce así la libertad viciada por alguna servidumbre- Este àis ha padecido tanto porque la libertad se nos vuelve demagogia, y la responsabilidad se trueca en burocratismo. Algún día, sin el fardo del burocratismo y la demagogia, la Universidad entera podrá ser como la queremos; fuerte, libre y responsable.

Ahora regreso a mi vida de siempre, a mis libros, a la labor que tal vez no debí dejar para intentar amalgamas imposibles. Después de cuarenta y cinco días saldré de la Rectoría con mis amigos de los que nuca tuve, y con los enemigos de siempre. Me llevo el respaldo moral de los universitarios que forman este Honorable consejo y también de los que no están aquí. De los jóvenes espero que en las aulas universitarias lleguen a ser hombres. Ser hombres es un privilegio que no está al alcance de todo mundo, pero que muchos pueden conquistar. Ciertos hombres viven como cosas, y como cosas son llevados y traídos, y colocados aquí o allá. No se dan cuenta que la fundamental diferencia entre los hombre y las cosas radica en que las cosas tienen un precio, y los hombres una dignidad.

Señor gobernador del estado; Honorable Consejo Universitario: en este acto presento mi renuncia a la Rectoría de la Universidad de chihuahua, y a vosotros, señores consejeros, la ley os impone el deber de dar vuestra opinión al señor gobernador del estado sobre si debe o no ser aceptad. Como último favor os pido que vuestra opinión se exprese en el sentido de que debe aceptarse, toda vez que no deseo regresar. Dejo un ejemplar de este escrito en la Secretaría, para que lo hagáis llegar a sus manos.

Yo quedaré al frente de la Universidad algunas horas o algunos días, solo el tiempo que sea necesario para que se designe a la persona a quien debo hacer entrega de la Rectoría. La falta de secretario general me obliga desgraciadamente a esta medida. Pero en todo caso y por última vez, recibid mi agradecimiento por vuestra colaboración.

Me habéis acompañado en esta jornada, y lo menos que merecemos todos e la paz. La lucha toca a su fin cuando no se debe resistir más. Cuando no se debe, aunque se pueda. Algún día ganará la Universidad todas las batallas que hora le regatean la maldad de los provocadores, y la inconciencia de quienes tendrían el deber de ser responsables.

Chihuahua, Chih. 17 de noviembre de 1958
El rector de la Universidad autónoma de Chihuahua
Dr. Lic. José fuentes Mares.

Y a propósito de la calle, hay les va una PALABRA:



La Copla

Hasta que el pueblo las canta, Las coplas no son,
Y cuando las canta el pueblo,
Ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillen,
De los que escriben cantares:
Oír decir a la gente
Que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
Aunque dejen de ser tuyas
Para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón
En el alma popular,
Lo que se pierde de nombre
Se gana de eternidad.

Manuel Machado

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